Psiconutrición: ¿qué se necesita saber para mantener una relación saludable con la comida?

Antiguamente, estar gordo era sinónimo de gozar de buena salud y de tener un alto nivel adquisitivo. Esto con el paso del tiempo fue cambiando ya que estar gordo es sinónimo de tener mala salud, se lo asocia con la debilidad por no conservar una dieta saludable, o con la pobreza ya que el sobrepeso se ha extendido entre las capas más populares de la sociedad. En cambio, la contracara es la delgadez porque ésta quedaría ligada a un alto nivel socioeconómico y a tener una buena salud. Estos cambios se generaron, en gran medida, por la influencia que ejercen los medios de comunicación en nuestra sociedad, por los modelos de belleza delgados y por los estereotipos que actualmente se siguen manteniendo.

Por otro lado está la imagen corporal que tenemos de nosotros mismos. A veces cuando nos vemos gordos o nos hacen notar que estamos con sobrepeso, nos sentimos mal, desvalorizados y genera un bajo autoconcepto que nos influye directamente a una baja autoestima. En cambio si notan que estamos delgados, en la mayoría de los casos, nos sentimos bien porque valoramos socialmente la delgadez.

Esta imagen de nuestro cuerpo repercute significativamente en la adolescencia, en comparación con otras etapas del desarrollo, porque en ella estamos construyendo nuestra identidad, buscamos saber quiénes somos, qué queremos, y cómo nos lucimos ante las personas que consideramos importantes en nuestra vida. Pero también puede influenciar en cualquier etapa del desarrollo ya que el cambio de nuestro cuerpo se va produciendo a lo largo de nuestra existencia. Además del cambio objetivo, por el paso del tiempo, están los acontecimientos que afectan emocionalmente a cada persona y el nivel de vulnerabilidad de cada uno.

Cuando los hábitos alimentarios son saludables es posible controlar el peso, pero cuando la persona tiene dificultades en el reconocimiento y/o procesamiento de sus emociones es posible que se generen alteraciones en dichos hábitos y en su imagen corporal.

La ansiedad, el estado de depresión, la soledad o la alegría son condicionantes intensos para que algunas personas coman, incluso sin tener hambre. En estos casos, se pierde relativamente el control del comportamiento alimentario y, frecuentemente, esto conduce a un sobrepeso acompañado de un sentimiento de culpa por comer mal o vergüenza por la mirada de los demás.

Conocer la relación entre el consumo de alimentos y las emociones permite al especialista en nutrición no sólo seleccionar el tipo de alimentos sino también personalizar la calidad y cantidad de alimentación, la forma de combinarlos; implementar un patrón de comidas diario y hábitos saludables; generar estrategias dietéticas para disminuir (o controlar) el peso corporal o para equilibrar el estilo de vida alimenticio del paciente; dirigir mensajes personalizados sobre diversos aspectos que engloben a la alimentación; etc. Pero es fundamental trabajar en conjunto con un especialista en salud mental para evitar recaídas. El psicólogo es clave para trabajar la subjetividad; para brindarle al paciente un estilo de vida saludable; ayudarlo a identificar distintos aspectos cotidianos que repercuten en la calidad de su alimentación, influenciando así en su calidad de vida; para brindarle distintas estrategias que apunten a mejorar su autoestima y aceptar sus debilidades; para procesar experiencias negativas significativas como burlas o críticas ante la imagen corporal o el peso.

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Publicado por Lorena Sánchez

Lic. en Psicología. Especialista en Psicoterapia Cognitiva Conductual.

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