Desde nuestra infancia vamos atravesando inevitables transiciones que nos empobrecen porque el cambio implica perdidas… pero también nos enriquecen, ya que vamos adquiriendo experiencias y por lo tanto maduración.
Las perdidas de personas que queremos nos moviliza internamente a tal punto de «paralizarnos» y siempre es dificil; sea porque nuestro ser querido está «presente físicamente pero ausente psicológicamente», o cuando está «presente psicológicamente pero ausente físicamente». Hay varias perdidas: separaciones, muertes, abandono… y todas nos generan cierto monto de sufrimiento y desorganización en distintos ámbitos:
– en lo sentimental: hay una fuerte angustia que puede desencadenar en ansiedad o pánico, soledad, desolación, desesperanza, crisis espiritual, etc
– en lo cognitivo: aparecen pensamientos de incredulidad, vulnerabilidad, dificultad para concentrarnos, preocupaciones, confusión mental, etc
– en lo conductual: agitación o desgano, insomnio, falta o aumento de apetito, cansancio físico, etc

Con el tiempo, a medida que vamos asimilando la pérdida vamos reacomodándonos en los distintos niveles. Las emociones negativas que experimentabamos se van calmando, vamos viendo con claridad lo sucedido y presentamos un comportamiento más adaptativo ya que podemos ver el dolor con una nueva perspectiva y dedicarnos a la vida con mayor plenitud. Adquirimos más capacidad para resistir el dolor por lo que podemos reorganizarnos nuevamente.
¿Podemos hacer algo ante una pérdida?
Algunos consideran de que no hay otra salida más que aceptar el suceso; otros creen que «el tiempo lo cura todo». En definitiva, son posturas pasivas ante el dolor. Como alternativa se puede optar por interpretar la realidad como un proceso en el que nos permite tener posibilidades, aceptar lo sucedido pero reflexionar y aprender sobre él. Otra postura que suele ser activa pero maladaptativa es evitar lo que más se pueda el sufrimiento y para esto la persona busca hacer cosas para no pensar, se intenta satisfacer las demandas de la realidad externa sin hacer caso a nuestra realidad interna; se busca llenar un vacio en el que no tiene fin.
¿Como podemos asimilar y superar las perdidas?

1) Reconocer que la pérdida no sólo nos repercute a nosotros como individuos sino también como miembros de sistemas familiares: Cada persona dentro del sistema familiar abordará de distinta manera el dolor y los niveles de sufrimiento dependerán del tipo y calidad de vínculo que se formó con la persona ausente. Poder conversar con nuestra familia sobre lo sucedido implica asimilar que hay nuevas experiencias por atravesar y que no estamos solos en eso.
2) Abrirse al dolor: Si suavizamos o evitamos las emociones y/o sentimientos que genera la pérdida, podemos retrasar o perpetuar nuestro duelo. Quienes sufren una pérdida necesitan identificar los distintos matices emocionales que experimentan y que deben elaborar; sea en momentos de reflexión y análisis personal o compartiendo dialogos con familiares y amigos.
3) Identificar racionalmente lo sucedido y obtener un aprendizaje de ello: Tener presente si aparecen autocríticas, sentimientos de culpa, reproches, demandas, etc (incluso aunque los demás no nos hagan responsables de ella) y modificar la perspectiva para obtener un resultado que sirva en el presente. Si sólo tendemos al pasado para autocastigarnos, no aprenderemos de lo sucedido y es probable que nos sintamos cada vez peor, considerando que no hay salida; con la posibilidad de repetir nuestro comportamiento en un futuro.
4) Revisar nuestro mundo de significados: Con la pérdida se pierden nuestras posesiones, capacidades, seres queridos, creencias y presuposiciones que habían sido claras hasta ese momento ya que sustentaban nuestra vida. Ahora hay que redefinir esa experiencia para poder atravesar el dolor.
5) Reconstruir la relación con lo que se ha perdido: Especialmente en los casos de muertes de seres queridos o de rupturas amorosas, uno puede sentirse obligado a «olvidar» a esa persona, sosteniendo la idea equivocada de «seguir adelante sin mirar atrás».
En el divorcio, por ejemplo, se requiere que mantengamos una nueva relación con la persona que hemos perdido. Especialmente en el caso de familias con hijos, los cónyuges que han roto su relación deben encontrar maneras pacíficas y cooperativas de seguir cumpliendo con su papel de padres y esforzarse para evitar que esta colaboración sea saboteada por el resentimiento. Incluso, en las relaciones sin hijos en las que uno de los cónyuges abandona a la pareja, es importante y saludable no deshacerse inmediatamente de todos los recuerdos ya que requiere de un proceso de superación y esto varía en cada persona.
6) Reinventarnos a nosotros mismos: Somos seres sociales que construimos nuestras identidades alrededor de las personas significativas en nuestras vidas: padres, parejas, hijos, amigos… y por ello la pérdida de algunos de ellos nos genera un gran vacío. Esa persona especial con la que vivimos una parte importante de nuestro pasado ya no volverá a estar ahí para recordarnos ese fondo compartido de experiencias y recuerdos que sólo están vinculados a la relación que manteníamos con ella.
Nunca volvemos a ser «nuestro antiguo yo» después de una pérdida importante, aunque podemos construir una identidad que encaje con nuestro nuevo rol y al mismo tiempo establecer una continuidad con el anterior.
A medida que vamos aprendiendo las lecciones de la pérdida, podemos afrontar nuestra vida con otras prioridades, con un criterio más claro respecto a lo que es importante y lo que merece que le dediquemos nuestra atención. Aunque la pérdida sea muy dañina, nos puede orientar a una renovación.
