Es indispensable entender los caprichos de los niños para saber cómo actuar y no dejarnos manipular ante su llanto o rabieta. La conducta caprichosa es un mecanismo con el que el niño busca satisfacer un gusto sin una motivación justificada. Cuando esto ocurre, anhela –por encima de cualquier consideración razonable– que se haga su voluntad. El deseo del niño de que las personas satisfagan su voluntad a toda costa es lo que se conoce como “capricho”.
Sería muy fácil eliminar o disminuir las conductas caprichosas si no estruvieran acompañadas por comportamientos agresivos, pero estos aparecen porque permiten llamar la atención del adulto. A veces las lágrimas y los “pucheros” hacen que los padres cedan ante el deseo del niño.
El problema ocurre cuando los caprichos se repiten. Esto aparece cuando el niño descubre que por medio de estos comportamientos obtiene todo aquello que desea. En varios casos, los caprichos suelen estar acompañados de acciones agresivas como golpes o gritos.
¿Qué hacer ante esto? Algunos consejos podrían ser:
- Explicar los roles. Es importante que el niño sepa cuáles son los roles de sus padres o adulto cuidador y de él mismo dentro de la familia.
- Brindar afecto. Para lograr que el niño tenga un desarrollo apropiado, es necesario que se sienta amado y protegido fundamentalmente por sus padres. Además que cuente con una educación en su hogar y con la transmisión de valores.
- Expresar autoridad. La autoridad que debemos tener como adultos, no constituye una función de poder o jerarquía que habilite a comportarse en forma arbitraria, sólo es un rol con derechos y obligaciones, con tareas y responsabilidades específicas.
- Manifestar reglas claras. Las reglas en el hogar deben ser cumplidas por todos los miembros de la familia y los padres somos el ejemplo. Hay que ser firme pero sin usar castigos físicos. Es necesario poner normas y límites para que el niño sepa qué deben y qué no deben hacer, pero nosotros los adultos, debemos saber por qué prohíbimos realizar determinada acción y cuál es su objetivo.
- Enseñarle a ser consecuente con sus caprichos: Es preciso que el niño entienda la diferencia entre capricho y necesidad; entre querer y necesitar. Por ejemplo: ir a la escuela no es un capricho de los padres, sino una necesidad para el niño.
- Mantener la calma. Es fundamental poder dominar nuestras emociones de enojo o frustración ante un capricho y transmitirle calma al niño para que se tranquilice y recupere su control. Una vez tranquilo, debemos cumplir con la sanción correspondiente por haber hecho determinado berrinche. Ambos padres deben tener la misma postura aunque uno de ellos esté disconforme, y si no están en casa, la sanción deberá ser cumplida al volver, sin excepción. De esta manera el niño irá aprendiendo la diferencia de un mal comportamiento de uno bueno.
- Buscar alternativas al capricho. Consiste en buscar alternativas que no responda a su capricho para distraerle y hacerle olvidar que quiere algo.
Las conductas adecuadas a seguir son:
- Hablar claro: saber manejar las discusiones, tener actitud argumentativa y reconocer las buenas conductas.
- Respaldar las palabras con hechos: les demuestra claramente que no sólo nos limitamos a hablar, sino que también ejecutamos las acciones cuando son necesarias.
- Establecer anticipadamente las reglas: al niño debemos informarle, claramente y de antemano, que determinada conducta inapropiada provocará inevitablemente cierta acción en sus padres.
Las conductas ineficaces son:
Inseguridad: Si nos mostramos indecisos generamos falta de convicción. Esto aparece cuando por ejemplo:
- Realizamos afirmaciones en forma de preguntas.
- Cuando preguntamos sobre la causa del mal comportamiento «¿por qué haces esto?» y esperamos una explicación coherente del niño donde muchas veces actúa sin saber sobre su comportamiento o no quiere expresar el verdadero motivo.
- Negociar de igual a igual con el niño, esta actitud es inapropiada ya que los padres son quienes tienen la autoridad.
- Rogarle para que se porte bien. Esto mostraría una imagen de adulto frágil y débil por lo que lleva a la desobediencia y a la desvalorización.
- Ignorar la desobediencia. El dar una orden y no verificar su cumplimiento es como mostrarle al niño “tengo que darte esta orden…, pero si no me haces caso, no te preocupes porque no te pasará nada” y así el niño aprende a no tomar en serio nuestras órdenes.
Respuestas hostiles: la agresividad en todas sus formas es inadmisible.
- Castigos físicos: esto genera en el niño una sensación de rechazado y este distanciamiento obstaculiza una buena comunicación entre el y sus padres .
- Penitencias excesivas: el castigo debe tener un comienzo y un final. Cuando es excesivo puede generar miedo al adulto en vez de respeto.

La falta de límites y de disciplina no hace feliz a los niños… ni a sus padres.
